Querida familia de ZENIT:
Para
el tercer domingo de Cuaresma la liturgia de la Iglesia nos propone un
pasaje del Evangelio donde se nos cuenta la llegada de Jesús a un pueblo
de Samaria, la conversación que ahí sostiene con una mujer y lo que
sucede en la vida de esa persona y posteriormente en la del pueblo.
1º Un Dios que se cansa
De
la narración del Evangelio de san Juan no sólo advertimos que Jesús
llega a un lugar específico (Sicar, en Samaria) sino también de un modo
concreto (cansado del camino). En estas dos coordenadas podemos advertir
dos cosas: la primera, y más evidente, es que Jesús también se cansa.
Sí, el Evangelio habla de un Dios cansado. Son muchos los pasajes donde
Jesús enseña, cura, predica, envía, ora, visita, convive o llama, pero
éste revela un aspecto menos acentuado y, sin embargo, más próximo al
día a día de las personas. ¿No es el cansancio algo bastante familiar
para nuestra vida? ¿No es verdad que tantas veces nos descubrimos
cansados?
Pero
hay dos cansancios bien distintos: uno, el sano cansancio de quien sabe
que hoy ha hecho la voluntad de Dios y encuentra en eso un sentido y
una realización personal por lo obrado, independientemente del
agotamiento producido; y hay otro cansancio que es el cansancio que
además de físico es, sobre todo, existencial. Se trata de ese cansancio
derivado del hacer sin sentido, sin rumbo, sin plenitud y, sobre todo,
sin amor; se trata de ese cansancio que quita las ganas de vivir porque
en realidad nunca ha dado una razón para estar en la vida y por tanto
tampoco para continuar en ella.
Al
cansancio se enfrenta también todo apóstol del Señor a lo largo de la
historia. En este Evangelio Jesús nos enseña no sólo que el apóstol se
cansa cuando trabaja, que el cansancio es un buen síntoma del
apostolado; también nos enseña que el apóstol necesita descansar, pero
no para no cansarse nunca más sino para aprender del cansancio y
proseguir la entrega. ¡Qué accesible a toda la inteligencia la pedagogía
de Dios: si te cansas, descansa!
Un
segundo aspecto es el hecho de a dónde llega cansado Jesús. En efecto,
los judíos evitaban pasar por la región de Samaria. ¿La razón? En
apretada síntesis, tras el reinado de Salomón el reino de Israel se
dividió en Israel, al norte, y Judá, al sur. Para evitar que los del
reino del norte fueran al del sur para adorar a Dios en Jerusalén,
Jeroboam edificó altares en su territorio, cayendo así en idolatría. Más
adelante el rey Omri hizo a Samaria capital de su reino y edificó un
templo en el monte (1 Reyes 16,24-25). Sería ahí donde el hijo de Omri,
Acab, hizo posteriormente un altar a Baal.
La
hostilidad entre judíos y samaritanos tenía una connotación religiosa. Y
sería precisamente en “territorio enemigo” donde Jesús quiere
descansar. En esto advertimos que Jesús descansa no en lugares ideales
sino incluso en los hostiles. Y de esto aprendemos que el descanso no
depende exclusivamente del lugar donde estamos sino sobre todo del modo
como descansamos, incluso si lo que nos rodea no aporta todo lo que
desearíamos.
2º Lo que se aprende del cansancio
El
Evangelio refiere que Jesús se sienta junto a un manantial. Va tan al
detalle que incluso señala la hora (“Era alrededor del medio día”).
Llega a continuación una mujer y es con esa llegada que el Señor nos
revela qué se aprende del cansancio.
El
cansancio nos mueve a pedir ayuda e invita a dejarnos ayudar. Y eso no
es otra cosa que el reconocimiento de la necesidad del otro, una forma,
en definitiva, de humildad, lo contrario a la autosuficiencia. Jesús le
dice a la mujer “dame de beber”. Y esa petición, antes que una
espiritualización de la solicitud, refleja que efectivamente Jesús está
sediento: aquella zona es desértica, la hora es la del calor en pleno y
él está ahí agotado, con sed y también con hambre. El cansancio nos
enseña a pedir; pedir implica la apertura para dejarnos ayudar: y
recibir ayuda es una expresión de humildad.
¡Cuántas
veces nuestro descanso no es posible precisamente porque no sabemos
pedir ayuda o porque no queremos pedirla! Preferimos creer que los demás
nos ven como “todopoderosos”, autosuficientes, fuertes y no
necesitados. Pero todo eso es sólo una máscara y también una mentira,
que sólo nosotros creemos. La soberbia nos impide reconocernos
necesitados y, más todavía, nos veta la posibilidad de expresar esa
necesidad. El cansancio también nos enfrenta a la cuestión de quiénes
somos y quiénes deberíamos ser.
El
Evangelio dice que los discípulos “se habían ido al pueblo a comprar
comida”. Jesús no sólo tenía sed, también tenía hambre. Nos sucede que
tenemos la confianza de pedir o dejarnos ayudar por los que conocemos,
por ejemplo, en este caso los discípulos; pero nos cuesta más pedir la
ayuda del desconocido, del que no queremos que nos vea vulnerables y
ante el que tantas veces se opta por aparentar. El cansancio del Señor
se abre al fortalecimiento de la amistad con quien ya es amigo pero
también se abre a la amistad con el hostil, en este caso representada
por la samaritana. Y es así que el cansancio se convierte en apostolado.
3º El cansancio se convierte en apostolado
Llama
la atención que tras la conversación entre Jesús y la samaritana ésta
se haya convertido en apóstol de un Dios cansado, sediento, hambriento y
sentado a la vera del camino.
El
cansancio personal de la mujer sintoniza con todos esos matices del
cansancio de Jesús pero sobre todo con lo que ese Dios le descubre: ¿no
era ella misma una mujer cansada de vivir? Llevaba varias parejas y la
más reciente tampoco le llenaba existencialmente. ¿No era ella misma un
ejemplo del hacer sin sentido, del vivir sin realizarse, del repetir sin
sentirse plena, del dejarse llevar por el día a día? Jesús estaba
cansado pero sus palabras no; las suyas eran las palabras de un Dios
vivo que quería “viva” a aquella persona. Y tan revitalizó a la
samaritana lo que le dijo Jesús que aquella mujer regresó a su pueblo y
les dio la Buena Nueva.
También
a nosotros, apóstoles susceptibles de agotamiento, ese mismo Señor
quiere hacer fecundo nuestro cansancio. Porque cuando detrás de un
cansancio hay entrega por amor a Dios las bendiciones llegan; porque
detrás de un cansancio iluminado por el Señor, todo cobra sentido. Y es
así que no sólo se puede seguir el camino, sino que se encuentran
renovadas formas de recorrerlo y, recorriéndolo, de hacer fértil nuestro
cansancio. Que al final los de ese pueblo hayan creído en Jesús
(¡siendo samaritanos!), le rogasen que se quedase con ellos y dijeran a
la mujer que creían por lo que le habían escuchado a Jesús, es también
para nosotros un motivo de aliento que nos hace descubrir otra dimensión
del cansancio por el Reino de los cielos. Y es que tal vez muchos
conocerán a Dios a través de nuestro cansancio. O, en otras palabras,
que a Dios también se le testimonia cuando estamos cansados, con ese
cansancio que no sólo tiene sentido sino que da sentido.
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