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Para
el quinto domingo de Cuaresma la lectura del Evangelio que nos presenta
la Iglesia gira en torno al pasaje de la así llamada “resurrección de
Lázaro”: 1) el mensaje que envían a Jesús durante la enfermedad de
Lázaro; 2) la llegada de Jesús a la casa de sus amigos ya con Lázaro
muerto y la conversación que ahí se suscita; y 3) la devolución de la
vida al amigo.
1. La realidad de una amistad y la oración de intercesión
El
Evangelio inicia evidenciando una realidad: la amistad que unía a Jesús
con Lázaro. En la mente de Marta y María está presente ese hecho, pero
también el pensamiento de que la amistad puede ser una herramienta que
urja a Jesús a regresar para sanar a su hermano.
Los
tres hermanos tenían las referencias de los muchos milagros que Jesús
había obrado con desconocidos: si eso hacía con los que no conocía, ¿qué
no podía hacer Jesús por uno que no sólo sí conocía, sino que además
era su amigo?
Llama
la atención, sin embargo, que las hermanas apelen a la amistad entre
Lázaro y Jesús cuando ellas también eran amigas del mismo personaje. Es
cierto que aquí también sale a relucir un rasgo tan propio del amor
entre hermanos: el de la oración de intercesión: ¿qué era ese mensaje
dirigido a Jesús por parte de ambas mujeres sino una forma de oración de
intercesión por la salud de un hermano? Pero no sólo se trata de una
oración-petición general: las hermanas y Lázaro mismo tienen la
sinceridad, franqueza y confianza de referir el estado de las cosas con
claridad: “tu amigo está enfermo”. En cierto modo, parece que al grado
de parentesco sanguíneo prevalece la nueva relación de amistad.
El
Evangelio subraya, por otra parte, el amor que unía al Maestro con esos
tres personajes cuando dice que “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a
Lázaro”. Es justamente este amigo amado, Lázaro, el que necesita a Jesús
ahí. Y, sin embargo, Jesús no va. De hecho, permanece dos días más en
donde se encontraba. “¿Por qué no escuchas la oración de tus amigas,
Jesús, y el sufrimiento de tu amigo enfermo?”, podríamos preguntarle al
Señor, apropiándonos también de la pregunta y llevándola a un plano más
personal, evocando nuestra propia historia de sufrimiento más o menos
grave.
Hay
una anécdota de la vida de Santa Teresa de Jesús relacionada con las
enfermedades, los problemas y las arideces. Al quejarse en la oración de
lo mal que la pasaba con esas tres cosas, Jesús le contestó: “Teresa,
así trato yo a mis amigos”. Y a eso contestó la carmelita española: “Ah,
Señor, por eso tienes tan pocos”.
En
efecto, el Señor también permite el sufrimiento en la vida de sus
amigos. Siendo honestos habría que reconocer que el sufrimiento no es
propio de los amigos de Jesús sino de ser humano, es decir, de vivir. A
este propósito el Evangelio de este día nos descubre algo sobre la
amistad con Jesús: el sufrimiento es una forma de recuerdo de la
amistad: sufrir conduce no sólo a interceder y/o a pedir sino a recordar
a aquel que es amigo y, precisamente porque es amigo, abre a la
oportunidad de dirigirme a él con confianza. Y parte de ese “hablar con
confianza” entraña el pedirle su ayuda para remediar los males propios o
ajenos.
Todo
esto nos hace dar un paso ulterior sobre la relación entre sufrimiento y
amistad: el sufrimiento conduce nuestro pensamiento hacia el amigo y al
mismo tiempo nos hace plantearnos la cuestión de la calidad de nuestra
amistad hacia el amigo recordado. Es decir, si bien es cierto que Jesús
siempre es amigo, no siempre es cierto que nosotros lo somos de él. Al
menos con hechos. Y aquí se muestra algo no menos relevante: que
mientras en las relaciones humanas la amistad se muere cuando no se
cultiva, con Jesús la amistad siempre se puede reavivar incluso si se le
cultiva en el momento menos propicio.
2. La oración de un amigo también puede ser la “oración de queja”
Jesús
llega a Betania, la residencia de Marta, María y Lázaro, cuando este ya
lleva cuatro días enterrado. Marta sale a encontrar a Jesús y en lo que
le dice se muestra no sólo el grado de amistad sincera sino también
otra forma de oración de un amigo: la oración “de queja”. Marta no duda
en decirle lo que lleva dentro. Lo hace con respeto, pero también con
mucha franqueza: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano”.
¡Cuántas
veces esta es la oración que necesitamos! Respetuosa, pero franca.
Muchas frustraciones en la vida espiritual se disiparían más fácilmente
si también nosotros le habláramos a Jesús con el lenguaje sincero del
amigo que no entiende el obrar divino y que a veces se frustra por no
entenderlo. Y que al expresarlo se desahoga. La oración de un amigo es
así: directa, sin temor al conflicto, auténtica, pero siempre abierta a
escuchar lo que el Señor nos contesta. Tantas “oraciones” tienen poco de
amistad genuina y mucho de formalismos, de esos formalismos y
fingimientos más parecidos a la relación de un jefe con un empleado que a
la de dos verdaderos amigos.
3. De amigos a testigos (y los milagros de la fe)
Jesús
contesta a Marta diciéndole que Lázaro resucitará y Marta supone que el
Señor alude a la resurrección del último día. Tras decirle quién es él
(“yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya
muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre”) Jesús interpela a Marta: “¿crees esto?”. Sin darse cuenta, su
respuesta da pie al milagro y también a unas lágrimas: “Sí, Señor, yo
creo que tú eres el Mesías”.
Detengámonos
un momento aquí. Es tras esa respuesta que tenemos un dato de no poca
relevancia: Jesús lloró. Usualmente se suelen asociar las lágrimas al
amigo muerto, pero aquí las lágrimas se siguen a continuación de la
respuesta de la amiga viva. La confesión de Marta provoca en Jesús unas
lágrimas y la razón no es para menos. Hasta ese momento Marta era sólo
su amiga; pero tras confesar su fe en él como Señor y Mesías Marta es
ahora también una creyente, una discípula, un testigo, una mujer de fe
cuya fe es capaz de conmover al Señor que además es su amigo.
De
aquí aprendemos algo: Jesús no escucha nuestras lágrimas y lloridos,
Jesús escucha nuestra fe. Y cuando escucha nuestra fe el que llora es
él.
A
continuación, Jesús pregunta dónde pusieron a Lázaro, va hasta ese
lugar y estando allí llora una segunda vez. Aquí tenemos otro rasgo
evidente de la dimensión humana de la persona de Cristo. Es tan Dios que
le conmueve la fe de una mujer; es tan humano que le conmueve la tumba
de un amigo.
Hay
un tercer connato de lágrimas que sólo se asoma como sollozo (“Jesús
sollozando de nuevo…”) al llegar hasta al sepulcro. Tras pedir que
quiten la loza Marta le dice que ya huele pues lleva cuatro días y Jesús
le recuerda no su amistad, sino su fe. Es entonces que gestos
(“levantando los ojos…”) y palabras (“Padre, te doy gracias porque me
has escuchado…”) se convierten en una orden: “Lázaro, ven afuera”. Y
ocurre el milagro.
En
todo esto también nosotros podemos encontrar un poco de luz acerca de
la relación entre amistad y milagros: la amistad es el primer vínculo
humano que podemos desarrollar con relación a Jesús. Pero estamos
llamados no a confesar a Jesús amigo sino sobre todo a Jesús Mesías y
Señor. Al inicio vimos cómo las dos hermanas intentaron instrumentalizar
la amistad de Lázaro con Jesús para precipitar su venida y evitar la
muerte. Pero el Señor les muestra que lo importante no es nada más la
amistad sino sobre todo la fe. O, en otras palabras: estamos llamados a
relacionarnos con Dios como amigo, sí, pero a nunca perder de vista que
debemos creer en Él como Dios y por tanto a confesarlo como Señor.
La
devolución de la vida a Lázaro fue posible no por una relación de
amistad sino por una confesión de fe. Esto no significa, en absoluto,
que renunciemos a la amistad con el Señor. Se trata más bien de iluminar
o, si se puede decir así, elevar con la fe esa relación. Marta recibió
esa gracia y, de hecho, en el fondo su oración de intercesión por su
hermano fue efectiva al final pues consiguió de vuelta y con vida a su
hermano. Y lo fue porque también pasó de sólo amiga a creyente, a
testigo y discípula. Y esto significa que la amistad con Jesús está
llamada a ser elevada con la fe, con esa fe que hace llorar a Dios y
también gana los favores de Dios.
Durante
el periodo de Cuaresma de 2023, cada domingo ofrecemos una reflexión
especial para vivir este periodo litúrgico. En nuestras redes sociales
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